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Padres en el mundo digital

Por: Carolina Bellocq

Los adolescentes viven en las redes sociales. A qué tienen que estar atentos los padres y cuándo conviene elevar la alerta. Sobre esto LARA conversó con el psciólogo y especialista en el tema Roberto Balaguer.

Primero fue Facebook. El muro, los grupos, las etiquetas, todas palabras que empezamos a conocer con sorpresa e intriga. Los adolescentes se pasaban la tarde ahí y decidimos dar el paso y entrar en la red social. Ahora la entendemos bastante más, pero los jóvenes ya se fueron. ¿Ocurrirá lo mismo cuando lleguemos a Instagram o cuando por fin entendamos Snapchat? ¿Y cómo hacemos entonces para saber qué hacen ahí nuestros hijos? Por suerte hay expertos que ayudan a arrojar luz sobre estos mundos y sobre sus potenciales peligros.

Roberto Balaguer es uno de ellos. Psicólogo, magíster en Educación y especializado en el impacto de la tecnología en los más chicos, dialogó con LARA sobre el “momento paradojal” actual (los adultos participan en redes sociales pero no en las mismas que los jóvenes) y dio algunos consejos concretos para poder educar mejor en estos aspectos.

A su modo de ver, hay dos grandes peligros que los adolescentes deben conocer sobre las redes: que todo lo que hacen puede tener dimensión pública y que todo queda documentado.

“Es un riesgo que los chicos piensen que cuando se manejan ahí están entre amigos y pierdan la perspectiva de que lo que publican es público, queda documentado y los va a acompañar por siempre. Luego se ve que los jóvenes llegan a determinada edad en la que empieza a tener otro peso la reputación digital y se encuentran con que hay un montón de publicaciones e imágenes que se han ido vertiendo a la red en los años más juveniles y que pueden llegar a volverse en su contra”, explica.

En efecto, la llamada reputación digital tiene cada vez más incidencia en la toma de decisiones, tanto a nivel académico como laboral. Los empleadores revisan las redes sociales porque saben que ahí se ve “la otra cara” de los candidatos, y si alguna información que ellos consideraban de orden privado pasa al ámbito público, se les vuelve en contra. En general los adolescentes no tienen la mira en este aspecto del futuro, y ahí deben estar los padres para abrirles los ojos.

El otro elemento al que conviene prestar atención es a la documentación: las imágenes, los textos, los audios que se envían… todo queda guardado en algún lugar y el día de mañana también puede actuar como boomerang.

No solo porque lo que se dice a un amigo por chat puede ser inmediatamente fotografiado y enviado a otro, sino porque también se dan otros usos al teléfono. En Snapchat, por ejemplo, es “bastante común que se produzca sexting”, según Balaguer. El sexting es cuando se envían fotografías con contenido íntimo o erótico. “Si esas fotos pasan a tener otro destino, caen en manos de terceros o de parejas despechadas, se convierten en dolores de cabeza importantes. Y afectan no solo a la persona sino a su entorno familiar, son situaciones muy humillantes que salpican a toda la familia”, precisa Balaguer.

No hay que alarmarse antes de tiempo: tener Snapchat (y cada vez son más los adolescentes que la usan) no es sinónimo de sexting, ni mucho menos, y “dentro de los cientos de miles de intercambios que hay en las redes, esto es una partecita chiquita”, puntualiza el educador. Pero estas cosas suceden. “Y cuando pasa, las consecuencias son terribles”, acota.

Las imágenes eróticas que habían sido enviadas a algún conocido a veces salen a la luz de la mano de amistades que traicionan, una pareja despechada, un chismoso descuidado o simplemente un amigo que quiere hacer un mal chiste. En general, cuando alguien se saca una foto de este tipo no suele pensar en que se va a hacer pública, pero es algo que siempre puede suceder.

Y aquí hay un riesgo añadido, y es el de caer en manos de extraños e intercambiar este tipo de contenidos con ellos. Claro que –otra vez- no le ocurre a todos sino a algunos pocos. “Le pasa a los chicos que están más vulnerables para esto. A los que de alguna forma tienen falta de sostén emocional, contención familiar, que están muchas horas sin supervisión… y de alguna forma, cuando se encuentran con alguien que les presta atención, les da cariño y los hace sentir importantes, eso afecta porque están más vulnerables. Cuando el chico es fuerte, se da cuenta de que algo no está bien y corta con todo. Pero el otro sigue adelante, asume riesgos y después puede llegar a ser trágico”, explica Balaguer. Los que deben estar atentos son los padres de los niños.

“Cuanto más chicos, hay más peligro de caer en trampas como la pedofilia. Ocurre que hay gente que se hace pasar por joven o niño y busca el encuentro con esos chicos vulnerables. En general, al principio intenta el intercambio de ese tipo de fotografías para generar intimidad. Y luego, con esas fotos que adquirió, pasa al chantaje: amenaza con mostrar eso a sus padres, maestros o amigos, a cambio de que el menor le envíe imágenes más subidas de tono. En última instancia, puede llegar al encuentro, el abuso o la violación”, alerta el psicólogo.

Hablar sin rendirse

Mil opciones se le pueden ocurrir a los padres para intentar evitar que ocurran estas y otras cosas. Bloquear cuentas, restringir usos, retirar aparatos, controlar publicaciones. Pero lo que mejor se puede hacer es hablar. Conversar, “hacer tema de las redes sociales”, indica el especialista. Es fundamental que se pueda dialogar con los hijos sobre esto. Peguntarle qué redes tiene, cómo las usa.

“Los padres pueden interesarse por el tema y mostrarle a los chicos la dimensión pública que tienen las redes sociales. Insistirles en que lo que hacen no es privado y en el riesgo de documentar. Repetirles que una cosa es que lo digan y otra es que lo escriban, porque eso a veces circula y termina siendo leído o visto por alguien que no les interesaba que lo viera y los puede perjudicar”, recomienda Balaguer. A esto hay que agregar el respeto a los demás y el cuidado de uno mismo, “no asumir riesgos de encontrarse con nadie que uno no conozca bien o el intercambio de fotografías. Documentar es un riesgo y hay que asumirlo como tal”.

Al mismo tiempo, no conviene ser tremendistas, pues esta es la edad para aprender y equivocarse. Pero sí estar lo suficientemente cerca como para enterarse de esos errores y ayudar a su reparación.

“A veces parece que el típico cántico adulto (cuidate, fijate en lo que hacés, sé responsable, respetá a los demás…) es algo obsoleto y cae en saco roto”, y entonces los mayores se cansan de repetirlo o piensan que ya no hace falta seguir hablando del tema. “Pero es algo de una vigencia absoluta y los chicos lo entienden. El problema es cuando uno claudica de decirlo, cuando se cansa de que lo llamen viejo o le digan que no insista, que ya lo saben”, apunta el experto. Es cierto, seguramente los jóvenes ya sepan lo que se les dice, como los adultos lo supieron en su juventud. Pero aún así, hay que mantenerse cerca e insistir, y Balaguer lo dice de modo muy concreto: “No hay que claudicar del rol de orientador”.

Lo mismo de siempre, pero en otro idioma

Desde la madurez se tiende a ver con cierto horror que los chicos se saquen tantas fotos, tengan poses estudiadas y dediquen a la imagen digital bastante tiempo. No son pocos los que creen que esto los lleva a un mayor nivel de superficialidad o a un cuidado excesivo de sí mismos. Balaguer recomienda no preocuparse demasiado por esto, pues es algo propio de la edad y es lógico que se viva también en los ámbitos digitales.

“En general, a esa edad se ocupan de sí mismos. Y las redes sociales dan la posibilidad de documentarse, gestionar la identidad, tratar de mejorar la popularidad, ubicarse mejor en el grupo de pares o ampliar el círculo social. La única diferencia es que se hace más visible, pero no es muy distinto a lo que hace mucha otra gente que no es adolescente”, agrega el especialista.

Algo similar ocurre con el lenguaje que se usa en esos medios. Desde fuera se ve un grado de pasión desmedido, con amores y odios exacerbados. Se trata, según Balaguer, de algo muy propio de las redes sociales, donde hay muchos menos matices que en el cara a cara.

“Por otro lado, el lenguaje agresivo es muy característico de los jóvenes. De alguna forma, es un juego de ‘no me importás’ pero a la vez permanentemente te estoy hablando y me estoy refiriendo a vos”. Esto es algo propio de la identidad que se va gestando en la adolescencia. “Su forma es un destrato al otro, como una manera de mostrar que no le importa el otro, pero en realidad en esta edad lo que más le importa son sus pares”, acota.

A la hora de darle un celular

Es común que los niños o adolescentes recriminen que son de los pocos que no tienen un smartphone y los padres acaben dándole uno. A veces ni siquiera gastan en eso, porque le dan algún aparato que quedó en desuso.

Al principio, los chicos lo usan como entretenimiento: para ver videos, jugar, bajar música. La actividad social empieza más tardíamente, cerca de los 11 años. Ese es el momento en que los padres tienen que acercarse más a los chicos, porque a veces son demasiado jóvenes como para manejar todas las variables en juego. “Los adultos tendemos ver al celular como un teléfono, pero lo que menos es, es un teléfono. Es muchas cosas, y además un teléfono”, aclara Balaguer, al tiempo que recomienda dialogar con los más jóvenes sobre la dimensión pública de lo que allí hagan y los riesgos de la documentación.

Guía básica de redes sociales

  • Facebook: La pionera. Permite publicar fotos, videos, textos, así como ver estos contenidos de los “amigos”. Se puede configurar el nivel de privacidad y se puede optar entre distribuir cosas entre todos los usuarios de internet, solo los amigos o de modo privado a ciertos contactos.
  • Instagram: Es una red social donde se publican fotos. Se puede hacer que la cuenta sea privada y solo vean sus contenidos los seguidores autorizados, pero esto es poco común en los adolescentes, pues la usan más como vidriera de sí mismos.
  • Snapchat: Para enviar –a una persona o a todos los contactos– imágenes y textos que se borran en pocos segundos. Los adolescentes la usan también como vidriera, pero algunos la aprovechan para mandar contenidos más íntimos, aprovechando que se borran rápido. Igual, nada queda en el aire: siempre se puede hacer una captura de pantalla y el que recibió la foto la puede guardar en su teléfono.
  • Twitter: Se usa para escribir textos cortos. Los adolescentes lo suelen tener para seguir la actividad de famosos o poner algunos contenidos. Salvo que se envíe un mensaje directo, todo lo que se hace aquí es público y puede ser visto por cualquier usuario de internet.
  • Whastapp: Es una red social de mensajería. En los adolescentes, muchas veces el drama pasa por los grupos (hacen grupos y no los incluyen, los expulsan de otros). Se supone que las conversaciones son entre los participantes pero, lo mismo que con las demás aplicaciones, siempre se puede hacer una captura de pantalla y convertir un texto en una foto que se comparte a los demás.

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