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Interiores: Dolores de Arteaga puertas adentro

Por: Martina Pérez / Fotos: Chino Pazos

Muebles y piezas de aquí y de allá, elegidos por la intuición de su dueña, conviven en perfecta armonía, formando una exquisita composición que mezcla lo antiguo y lo artesanal, sin por ello perder la calidez y el espíritu relajado de un hogar de familia.

Dolores de Arteaga es ya una influencer en el mundo de las redes. Ella dice que es una emprendedora, una soñadora y una enamorada de “la vida y de la belleza de este mundo”. Así se presenta en sus perfiles de Facebook e Instagram ante las miles de personas que siguen a esta montevideana de sonrisa amplia y gusto exquisito que hace más de cinco años se dio a conocer desde su blog La Citadina y que hoy emprende la marca Antigua, un mercado itinerante de ropa vintage, con piezas exclusivas y cuidadosamente editadas por Dolores y su socia Letizia Galimberti.

Su casa es su refugio. Refleja su espíritu inquieto. “Mi casa es mi alma. No me puedo sentir más identificada”, dice mientras toma un expresso, sentada en la cocina, bajo una cálida lámpara de mimbre y de una de las tantas claraboyas que invaden de luz los ambientes. “Viste que hay casas que son masculinas. La mía es súper femenina, delicada, sensible”.

La casa fue hecha en 2005 de cero por Dolores y su marido, Daniel Shaw, que ya tenían la idea clara en sus cabezas. Nada de recovecos, estructura simple, espacios definidos, ladrillo bolseado, color visón. Y muchas, muchas plantas, que según su dueña, dan vida a la casa.

 

“Yo siempre digo que igual viviría en un apartamento chiquito, pero que nunca faltarían un perrito, muchos libros y plantas. Me fascinan los helechos, los lazos de amor… Como esas postales de Cuba en las que caen plantas de los balcones. Bibliotecas desde el zócalo hasta el techo y un balconcito de hierro”, describe. “Y ya soy feliz”, dice contundente. Pero enseguida se da permiso para fantasear un poquitín más: “Ah, y un lugar para guardar la ropa, porque soy pilchera … Y una bicicleta. ¡Bici y pilcha!”. Ahora sí, esta viajera empedernida, amante de explorar nuevos mundos, hurgadora incansable de mercados de pulgas y ferias de antigüedades, termina de nombrar qué debería tener un espacio a su medida.

La suya es una casa cálida y luminosa, que invita a quedarse. En su living y estar, dan ganas de relajarse en los sillones y repasar sin apuro con la vista, cada una de las piezas que conviven en armonía a pesar de los distintos estilos, épocas y orígenes elegidos por Dolores. Desde las esculturas de muñecas bahianas, su más reciente adquisición en Salvador de Bahía, hasta las cajas antiguas orientales, las bandejitas de aquel mercado perdido en Pirineos, el ciclista de madera artesanal de un mercado de pulgas en Cadaqués o la vitrina de médico donde se refleja la luz de la tarde de otoño… Todo parece fluir mágicamente, en una delicada composición.

 

La de Dolores definitivamente no es una casa de revista. Ni esos espacios que parecen más propios de un bazar que un hogar de familia. Tampoco esas casas donde todo “se mira y no se toca”. O aquellas otras sin personalidad, con muebles heredados o enteramente armados de la lista de casamiento. El suyo es un hogar con personalidad, una casa que se sabe dueña y hacedora de su propia historia, donde los espacios se fueron imaginando lentamente por sus habitantes, las piezas fueron todas buscadas y encontradas sin prisa pero sin pausa.

“Cada vez que encuentro algo mi marido me pregunta: ‘¿Y dónde lo vamos a poner?’ Pero yo no desespero, sé que todo se adapta, todo al final encuentra un lugar para el que estaba destinado”, agrega Dolores, para quien decorar es una expresión personal e íntima, todo un arte, que jamás dejaría en manos de una decoradora.

“No tengo herencias de la abuela. La mayoría son piezas que compro por dos chirolas pero el día de mañana nunca se sabe… Cuando mis hijos rezongan por la llegada de una nueva pieza, yo les digo que fue comprada con amor por su mamá. Nada tiene demasiado valor en esta casa, pero todo tiene valor de alma”.

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