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Historia de vida: Anne Sophie Casarotti

Por: Carolina Anastasiadis | Fotos: Santiago Del Sel

“Llevo en la sangre esa fuerza guerrera, de levantarme a pesar de la adversidad”

Francesa, radicada en Argentina desde hace 30 años, Anne Sophie acompañó a su marido Guillermo Casarotti en la creación de la marca de té IntiZen. Su vida, rica en aromas, colores y sabores, es digna de una película llena de luces y sombras, siempre sostenida por el amor.

Pidió encontrarnos en un “tecito zen” y concretamos la entrevista en un rincón de Punta Carretas. Tiene alrededor de 50 años y un recorrido de vida intenso, con varias etapas, búsquedas y momentos. Es francesa, vivió en EEUU, en Argentina, está casada con un uruguayo y tiene cuatro hijos. Estudió secretariado, Bellas Artes, y Paisajismo. Hoy es Astróloga y está abocada a la escultura, un arte que le devuelve el silencio que a veces añora. Es una mujer que derrama sensibilidad en cada una de las palabras que expresa. Cree en el misterio, en que el mundo no es solo lo que vemos y palpamos, porque ella trascendió la realidad más terrena sucumbida en la oscuridad de un secuestro de ocho días en el año 2003. Eso y parte de lo que ella es lo plasma en Gato Blanco, un libro que escribió en español y en poco tiempo tendrá su versión en francés.

LARA: ¿Cómo fue tu infancia? ¿Dónde fue?
Anne Sophie: Nací en el oeste de Francia, en un pueblito de la campiña. Soy la quinta de siete hermanos. A los seis años murió mi papá de un aneurisma, fue de un día para otro y creo que desde ese día, dejé de vivir en un Paraíso. De alguna forma siento que nací a esa edad, me vino la conciencia del misterio de la muerte. Poco después mi madre se casó y se enfermó enseguida. Me enteré sin que ella quisiera, pero como soy de temperamento alegre sobrellevé la situación con una sonrisa para que estuviera contenta. Murió cuando yo tenía 20 años. De todos modos siento que tuve una infancia muy feliz, rodeada de hermanos, primos y una familia grande.

Se te ve una mujer muy sensible…
A raíz de la muerte temprana de mis padres, empecé a profundizar en todo lo que es la sensibilidad. Vengo de una familia que vivió la guerra, que se tuvo que reconstruir en todos los sentidos y llevo en la sangre esa fuerza guerrera, de levantarme a pesar de la adversidad. Cuando mis padres se fueron, de golpe conecté con la sensibilidad más profunda.
A los 20 sentí algo que se abría en mí. Quedar huérfana de jovencita me hizo sentir libre de espíritu; elegí ver la luz en vez de la sombra.

¿En qué te formaste?
Quería hacer Bellas Artes pero mi mamá me dijo: “A vos te gusta demasiado reír, la fiesta, y lo mejor es que te formes en algo más serio”. Hice una especie de secretariado y paralelamente mamá me puso en un convento de noche, de donde me echaron. Era una escuela de formación en buenos modales. Quería asegurarse que tuviera un trabajo rápido. Lo bueno fue que gracias a eso, encontré un trabajo en una revista en París. Estaba en la parte de maquetación, que hoy sería diseño.

¿Tus trabajos siempre estuvieron vinculados al arte?
Cuando nos casamos y fuimos a Francia, dejé de trabajar en revistas y me conecté con el mundo del arte. Buscaba inversores para los pintores y escribía artículos en prensa. Más adelante, en Argentina empecé Bellas Artes y me metí a fondo con la acuarela, hoy estoy concentrada en la escultura. Hice también la carrera de paisajismo, trabajé en eso años. Hoy soy astróloga.

De jovencita te fuiste de viaje y se encontraron con Guillermo, tu actual marido. ¿Cuánto de arte hubo en ese encuentro?
Luego de la muerte de mi mamá, me tomé un mes de vacaciones y fui con tres amigas a Grecia. Teníamos que ir a Creta, yo había organizado todo el viaje, pero llegamos y no nos gustó. Le pedí a una amiga que cambiara los pasajes para cualquier isla. Fue a la agencia y le dijeron que no había nada. No conforme con eso fui yo y casualmente habían cancelado cinco personas que iban a Santorini. En ese viaje conocí a Guillermo. Lo vi en el barco y morí. Fue amor a primera vista. Él venía de haber perdido otro barco, por eso estaba ahí. Ahí aprendí que no podés ir contra el destino. Yo no podía dormir de la ebullición que tenía. Cuando llegamos a la isla, subimos en el mismo autobús, me senté al lado y empezamos a hablar. Le dije “¿de qué signo sos?” Me dijo: “de escorpio”. Y yo le contesté: “yo de tauro, van perfecto”. Me dijo que era americano, pero del sur, de Uruguay. Fuimos a la playa, pasamos un día entero juntos.

¿Cómo siguieron a la distancia?
Me llamó a París a los dos meses y yo me hice un poco la boba: “ah, sí, sí, me acuerdo”. En realidad estaba muy pendiente. Salimos con unos amigos, y al poco rato nos fuimos solos a caminar por París, no parábamos de charlar. Me dejó en la puerta del trabajo a las nueve de la mañana del otro día. Durante un mes y medio volvió un par de veces, pero en total nos vimos cinco días. Ahí yo ya sabía que me quería casar con él.

Tú venías de un noviazgo anterior de varios años. ¿Qué te llevó a dar el “sí”?
¡El otro novio me dejó! (risas) Por suerte. Guillermo venía de un noviazgo con una chica uruguaya también. Aún hoy nos sorprendemos de funcionar tan bien, ya llevamos más de 30 años juntos y seguimos enamorados. Creo que fue por nuestra sinceridad y porque era amor. En el 85 vine a Uruguay y nos fuimos a Brasil de mochileros durante un mes con la promesa de no hablar de lo que pasaría después. Hasta el momento nos veíamos dos veces al año, y nos mandábamos cartas, encima a veces el correo no funcionaba bien, estaba dos meses sin una carta y de golpe recibía 30 juntas. Nos nutríamos de las cartas. Hoy las guardo en una caja de zapatos enorme y a veces las releemos, nos matamos de risa.

¿Cuándo tomaron la decisión de seguir juntos en un mismo lugar del planeta?
En Brasil, el último día en Río me preguntó: “¿Qué va a pasar ahora?” Y yo le dije: “No sé; lo único que sé es que no puedo vivir sin vos”. Y él me dijo: “Yo tampoco, ¿y si nos casamos?” Así lo resolvimos.

¿Cómo fue amalgamar sus culturas personales y construir la familia que hoy tienen?
Nos casamos en Francia, en mi pueblito, y vivimos cuatro años allá. Ahí nacieron Diego y Theo. Luego fuimos a Estados Unidos para que Guillermo hiciera un MBA; ese fue mi primer destete de Francia. Guillermo me dijo que no llevara ni muebles, que si estaba feliz, podía estarlo en cualquier lugar, no necesitaba de mis cosas. Eso nos ayudó a fluir. Mi hijo menor tenía dos meses, y ahí me dediqué nada más que a los niños. Al tiempo, a Guillermo le salieron varios trabajos en Argentina, y nos vinimos.
La llegada fue difícil porque yo no conocía bien cómo funcionaban los códigos, no hablaba español y empecé a encontrarme con una sombra enorme de nuevo. Tenía 30 años. Fue duro, pero hoy hace 20 años que vivimos en Argentina y estoy realmente feliz. En esta etapa me conecté con la búsqueda del alma, un trabajo muy profundo, empecé terapia y descubrí que había un camino para profundizar en todo eso que había intuido a los seis años. En Buenos Aires tuvimos a Marco y luego llegó Emma.

En el año 2003 te secuestraron en Buenos Aires y ese episodio de ocho días te cambió la vida. ¿Cómo lo viviste?
(Cierra los ojos) En los dos primeros días me invadió el miedo, el terror, el no sentir, no poder, no sabía ni quién era. No podés ni respirar. Pensás que vas a morir en cada momento. Después, no podés quedarte en ese miedo porque explotás; sentía que mi corazón iba a explotar. Estaba en algo desconocido, nosabía ni que existía esa violencia en el mundo, todo el tiempo pensaba que iba a morir. Luego me di cuenta que no podía quedarme con el miedo y pensé: “No puedo llegar a la puerta de Dios en este estado de derrota, tengo que llegar digna”. Ahí se abrió otra etapa.
Empecé a respirar, a llevar aire a mi cuerpo, al cerebro, pulmones, órganos. Me empezó a funcionar mejor la mente. Me sentía un poco egoísta por trabajar sobre mí aun cuando me habían secuestrado con mis hijos y no sabía dónde estaban ellos. Pero me di cuenta que tenía que dejar de pensar en ellos para sobrevivir. Hay que tener conducta, disciplina. Empecé a abrir mi corazón al misterio, a la muerte, a aceptar todo lo que me molestaba de ese momento. Ponían una música que me resultaba insoportable. Hacía un tiempo, en un curso de Chopra me había quedado grabada su frase: “todo lo que resiste, persiste”. Por eso decidí incorporar y dejar de resistir a esa música espantosa que hablaba de cosas violentas. Rezar me hacía muy bien; y de a poco la conexión me dio libertad. Dormía 20 minutos por día y meditaba el resto del tiempo. Cuando salí dije: el secuestro fue mi mejor viaje. Fue una frase que chocó muchísimo. Pero lo sigo pensando. Fue el principio de algo nuevo.

¿Pudiste perdonar o sanar?
No hay un día que no piense en el secuestro. Pero no con sabor amargo, sino por todo lo que me aportó. Creo que no tengo nada contra los secuestradores, no tengo que perdonarlos. Durante el secuestro recé por ellos, por el amor hacia el pueblo argentino, fue un momento de conexión lindísima conmigo y
con algo superior que ojalá tuviera hoy.

Cinco años pos secuestro escribiste el libro. ¿Qué valor tiene el silencio en tu vida? ¿Por qué demoraste tanto en hablar?
Aprendí que la vida sigue, y que no podés cargar a los demás con eso. Hablar es vaciarte de algo, y por eso elegí no hacerlo por un tiempo luego de la liberación. Cuando empezaba a hablar del tema con familiares o amigos, algo se cortaba en la relación. No podían soportar lo que contaba.Me metí en mi casa dos o tres años. Necesitaba seguir con la mente silenciada, no escuchar mis propios juicios. Después me llevó mucho tiempo entender. Reconozco que me dejé estar un poco en el silencio, luego salí y ahora estoy en esa búsqueda de silencio nuevamente, algo que logro con el arte. Me refiero al silencio de la mente. Aprendí además que no necesito hablar tanto. Cada año hago un retiro de ocho días en silencio.

¿Transitaste por algún camino espiritual formal?
Estudié mucho sobre los sueños, filosofía, sobre todo la de Jung. Me metí cuatro años en un ciclo de vocación humana donde estudié religiones comparadas, simbolismo, hinduismo, catolicismo, etc. Lo hice después del secuestro. Tuve como un llamado de búsqueda interior, lo necesitaba; porque me pasaron muchas cosas en esos días y sentí ganas de indagar cómo había sido que conecté con la fina compasión, algo tan difícil.

Estás muy conectada a lo natural. ¿Tu familia también?
Guillermo y yo somos vegetarianos hace 14 años. Los dos varones grandes comen carne pero les gusta comer sano. En casa siempre hay dos menús, uno vegetariano y otro no vegetariano; de a poco todos comen más del vegetariano. Los dos chicos, Marco y Emma son los más vegetarianos. Vienen de una generación distinta, están más conectados con el mundo, con sus pares, nacieron en una generación totalmente vincular, distinta a la nuestra en donde el esfuerzo y lo individual era lo más importante.

Hoy sos astróloga y dedicás mucho tiempo a la escultura. ¿Qué encontraste en ambas cosas?
La astrología es una disciplina que trata sobre vínculos, entre el cuerpo, la mente, los pensamientos, el alma, de por qué nos pasa lo que nos pasa. Eso me gusta. Ahora en escultura estoy armando una serie con esferas que trata sobre los vínculos. La empecé en paralelo con la astrología, sin saber de la relación con los vínculos. La voy a exponer el año que viene y la idea es que sea un baile entre astrología y escultura, una muestra con la cual me gustaría transformar al otro y mostrar que la vida son ciclos y que todo tiene que ver con todo.

Fotos: Gentileza Anne Sophie y Guillermo Casarotti

 

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